Despertó. Miro a su lado, y escucho la apenas perceptible respiración de su corazón, que todavía dormía.. Suspiró. Se levantó, y lo tapó con las sábanas. Caminó descalza hasta la cocina, y busco un tarro grande. Lo destapó, lo vació, y se sentó con las piernas cruzadas en el suelo. Cerró los ojos. Si alguien la hubiera visto en ese momento, habría pensado que estaba loca, sentada en el suelo, semidesnuda, y con un tarro entre las manos. Pero Ella sabía lo que hacía. Se estaba vaciando. Estaba guardando todos aquellos sentimientos que albergaba. Amor. Odio. Tristeza. Felicidad. Melancolía. Todo lo guardó en ese bote. Lo cerró, y lo escondió. Pasaron los días, las semanas, los meses y los años. Vivió tranquila, sin preocuparse nunca por aquellas molestas sensaciones que hacían volverse blandos al resto. Fría y altiva princesa de hielo en medio del desierto. Rodeada de gente, pero sola. Echaba algo de menos. Hasta que llegó El. La cogió de la mano, y no rehuyó el contacto físico, como solía hacer. La miró a los ojos, y no le devolvió una mirada desafiante, sino que bajó la mirada. La abrazó, y no quiso apartarse. Hizo bromas acerca de ella, y Ella, lejos de enfadarse, o hacérselas pagar, rió divertida. Antaño se habría asustado: ¿me iré a enamorar?. Pero ahora no, estaba tranquila, pues sus sentimientos estaban a buen recaudo, en un bote cuyo paradero desconocía, pues había olvidado el lugar donde lo ocultó. Llegó a casa después de una tarde con El. Estaba llena de energía. Puso la música, Su música, a tope, y comenzó a bailar. A gritar. A saltar. Giró sobre si misma hasta perder el control, y cuando cayó al suelo, borracha de adrenalina, lo descubrió con horror: El bote estaba en el suelo. Roto. Podía ver sus sentimientos, encerrados hacía tanto, elevarse en la habitación y acercarse hasta ella, como humo de colores tenues. Se recompuso como pudo, y haciendo acopio de fuerzas, se puso en pie, y recogió el bote. Empezó a notar que el hielo de su corazón se derretía, y que los sentimientos pujaban por ser los primeros en anidar en aquel árido corazón. Inseguridad. Optimismo. Felicidad. Celos. Nerviosismo. Ternura. Y uno por encima de todos, que parecía tener la cara de El por bandera. Alguien llamó a la puerta, sacándola de su ensoñación. Era El. Suspiró. Ahora empieza todo de nuevo, se dijo. Y haciendo de tripas corazón, abrió.
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