domingo, 23 de mayo de 2010

Había una vez..

Una niña pequeña. Vivía feliz, en su mundo, con su gente. La gustaba sonreír y sentirse querida. Se quería. Y creía que los demás también debían quererla. Pero se cansó de esperar que alguien se lo dijera, y pensó que tal vez no lo merecía. Un tiempo después empezaron a pasar cosas en el mundo de esa niña. El suelo temblaba a veces, y se acercaba peligrosamente a ella. Había manos que la hacían caer y llorar. Palabras que la hacían sentir mal. Que hacían que llorase de noche en su cama, con el único consuelo del abrazo de su almohada. Era demasiado pequeña para llorar, y sin embargo, lo hacía continuamente. La niña fue, poco a poco, volviéndose cada vez más insegura. Dejo de creer en si misma. Creció. Y siempre necesitó que la gente le dijera las cosas buenas. Pero no siempre se las dijeron. Creció, pues, sumida en la inseguridad, en el temor a fracasar, en el miedo a fallar a la gente que quería. Miedo a no ser capaz de hacer las cosas bien. Miedo a no tener nada bueno que ofrecer. Miedo a no ser feliz. Se sintió caer miles de veces. Y no siempre hubo gente ahí abajo para recogerla. Siguió creciendo. Siguió teniendo miedo a sonreír, a la felicidad, o más bien a que se acabara. Llegó a esa época de la vida en la que nada tuvo sentido. En la que se planteó todo lo planteable. Y decidió seguir para adelante, porque no había más opciones. Siempre echó de menos palabras, besos y canciones. Nunca se la dio bien ir de rompe corazones. Siempre fue más bien sencilla. La gustaban las cosas simples, decir las cosas como las pensaba. Y no entendía porque la gente se calla las cosas más importantes. Y sigue sin hacerlo. Hoy es mayor. Tiene su vida, su gente, su mundo. Pero bajo la apariencia de seguridad y control que da, debajo de su mirada tranquila, y a través de sus palabras mesadas, sigue viviendo esa niña pequeña. Y por eso, por las noches, vuelve a abrazarse a la almohada y a llorar. Sigue siendo esa niña pequeña con miedo de sonreír. Esa niña bipolar, que tan pronto tiene ganas de mandar a la mierda lo que no la gusta, y quedarse con las cosas buenas, y ser feliz, como se da cuenta de que no puede, de que no es lo suficientemente valiente como para hacerlo. Esa niña que a veces tiene miedo y otras salta de alegría. A veces en los mismos 5 minutos. Esa niña que siempre se empeña en olvidar las cosas buenas y mira siempre el lado negro. Esa niña que, a pesar de todo, sigue teniendo miedo a ser feliz.

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