lunes, 19 de diciembre de 2011

Lágrimas de madrugada.

Hay lágrimas que nacen en mi ojo, se aferran a una pestaña, temblorosas, y deciden perderse por mi mejilla, vagando y mojándola a su paso, rozar mis labios, y estrellarse en mi almohada. 
Y es que hay veces que creo que el alma llora cosas que la mente no entiende. Llora lo que ella solo conoce. A veces pienso que llora los finales alternativos que jamás vivirá mi cuerpo. Y me encuentro a mi misma abrazada a mis rodillas, acurrucada cual pájaro asustado, llorando en la soledad de mi habitación.
Y es en noches como esta, en las que me pregunto si estoy haciéndolo bien. Si no debí haber elegido el azul del mar como color sobre el que sustentar mi vida. Si alguien encontrará la manera de llegar al hueco en el que dejé escondido el corazón. 
Me pregunto si tú, que has conseguido que olvide tantos ojos, y que pronuncie palabras que rompen las promesas que hice a otros colores, me pregunto si serás de verdad. Si no serás otro espejismo más de esos que enturbian mi vida. Me pregunto si me querrás. Libre. Y si te quedarás conmigo hasta el día en que lluevan pianos.
Me imagino, y me pregunto a dónde irán, los besos que no he dado. Las caricias que se me escapan entre los dedos en sueños. Quisiera saber si las recibe tu espalda. U otra espalda. Estoy casi segura de que las lágrimas que caen son la forma que tiene el alma de sanar lo que el cuerpo esconde.
Porque si algo se me ha dado bien siempre ha sido esconder sentimientos. Y es un problema. Porque cuando los necesito, no sé dónde los he dejado. Y lo peor, cuando me encuentran ellos a mi, me pillan desorientada y no sé que hacer. 
Y entonces, tan pronto lloro como río. Tan pronto dejaría el mundo por sus ojos como trato de hacerme la dura. Y es que la duda se siembra en cada noche solitaria. En cada gesto que esta cabecita loca quiere malinterpretar.
Y entonces dejo de entender todo, y mis miedos, que viven agazapados tras las razón, aprovechan para llenar mi sueño de pesadillas. Y es que ya dijo el poeta, que el sueño de la razón, produce monstruos.
Y mi corazón es de esos que gustan de latir a contratiempo. Que no entiende de normas ni de tiempos. Que llora en silencio la falta de sensibilidad del mundo, desgarrándose por dentro, y ansía negligencia más que nada, para ser feliz en la ignorancia del que no conoce ni quiere hacerlo, porque a veces es difícil ver con claridad la realidad. Sobre todo cuando acabas de dejar de soñar.
Y si en algo soy experta es en engañarme a mi misma. Y contarme mil y una historias para olvidarme de que, si mi alma llora, es porque probablemente tiene miedo de que no me eches de menos tanto como te echo yo.



domingo, 30 de octubre de 2011

Maybe WYPless.


-Estáis enamorados?Ah, ya entiendo. Estáis enamorándoos. 
El diario de Noa.


No sé por qué. Pero sonrío cuando hablo de ti. Tu estado de ánimo me afecta. Echo de menos el Buenas Noches si no puedo hablar contigo. Y podría pasarme la vida entre tus brazos. Pero no sé por qué.

Y no se por qué, pero se me eriza la piel solo con recordar el tacto de tus dedos en mi espalda. Al ver ese guiño de ojos. O una de esas sonrisas que se te escapan cuando estamos juntos, y me hacen imaginar que te hago feliz.

Sin embargo sé que se me pone la sonrisa tonta cuando la sombra de las gotas de lluvia del cristal del coche se proyectan en mis brazos como si fueran tus pecas. Y que cada vez que he dormido abrazada a tu piel, he deseado que la noche no acabara nunca.

Que no puedo evitar estremecerme cada vez que imagino la presión en mi cadera de tu mano izquierda, o derecha, dependiendo del lado de la cama que haya conseguido robarte. Tu aliento en mi cuello. El paseo de tus manos por mis caderas.

Que me hacen feliz los arranques de locura, de risas incontroladas. Esos abrazos en los que me abrazas más fuerte. El tacto de tu piel desnuda en la mía. Mi calor en tu cama, el tuyo en mi almohada y tu olor en mi ropa. Cada mirada que me regalas cuando no nos mira nadie.

Me gusta que me des las buenas noches, nuestras despedidas eternas. Ver que nuestra lista de excusas crece. Y saber que sin ellas, voy a seguir viéndote. Cuadrar los planes para sacar tiempo para ti. No saber que es esto, pero saber que me hace sentir bien.

Que me encantan tus cosquillas y la risa nerviosa que siempre las acompaña. Tus juegos sucios. Tus temblores en el momento exacto. Los pequeños suspiros que a veces se escapan entre tus labios. Tus besos y tus abrazos.

Que a veces creo que voy a morirme de ternura cuando me apartas el pelo de la cara, y lo recoges detrás de mi oreja para luego besarme. O cuando me besas la nariz, la mejilla o la frente, y después me sonríes. O cuando te estiras, como en una película americana, para abrazarme mientras vemos la tele.

Que adoro tu olor, tu risa, tus palabras y tus caricias. Tu timidez, pero sobre todo cuando la vences. Tu preocuparte por mi, sin agobiarme. Tus pequeños detalles, que te hacen tan distinto. Tus sobornos, y tu cara de pedir permiso. Las noches en tu cama.

Que daría lo que fuera por poder vivir entre tus brazos, pasar cada noche en tu pecho, despiertos, y ver amanecer cada día. Para volver a la cama y dormirnos después. Y despertarnos tarde, y no tener ganas de salir de la cama nunca.

Que, como dice la canción, lo cambio todo por tus manos quitándome la ropa. Que me encanta tu voz grave cuando cantas, y tus caricias en mi espalda, en mi mano, o en cualquier centímetro de mi piel. Y que dormir a tu lado se ha convertido en lo mejor que puedo hacer una noche.

Y es que no sé por qué.

Pero a veces te miro y no puedo dejar de sonreír. Porque parece que nada va demasiado mal si me estás dando la mano.

Y no se por qué. Pero tengo una teoría. Y es que a la primera fila de mi teclado le sobren la W, la Y y la P.


lunes, 29 de agosto de 2011

Without love.

Si estuvieras aquí ahora mismo, no te diría nada. Te besaría, que es lo que hago cuando me da miedo decirte lo que estoy pensando. Te besaría, porque la sensación que intento describirte es la que siento cuando tu aliento se cuela entre mis labios. O cuando recuerdo tus manos y sus caricias cuando tú no estás.

Pero si tuviera que hablar, te contaría que me encantas. Que adoro todas y cada una de las sonrisas que salen de tu boca. Que cuando me abrazas me siento como un astronauta perdida en las constelaciones que forman las pecas de tus brazos, y es que haces que me olvide de que sigo en la Tierra cada vez que dejas que tus dedos paseen por mi espalda.

Te diría que me derrito en ese momento en el que te quedas quieto mirándome a los ojos, y sonríes. Que me encanta llegar a casa y que mi ropa huela a ti. Que me pierde ese momento en el que pasas tu brazo por mi cintura, como si fuera la primera vez, y luego buscas mi mano.

Te contaría que se me hace corta cada tarde, cada noche. Que si pudiera, me dormiría a tu lado. Que se me eriza el vello con solo recordar tu aliento en mi oreja izquierda, y en la derecha. Que no suelo decir cosas bonitas, y que a la larga me empalaga que me las digan, y añadiría en voz baja, y muy cerca de tu oído, que sin embargo me derrito con cada Princesa que escribes.

Te confesaría que me muero de ganas de ver amanecer a tu lado. Y de dormir abrazados y despertar y que lo primero que vea sea tu cara. Que consigues que sonría como la idiota que probablemente soy cada vez que alguien dice tu nombre. Que me encanta la forma que tienes de guiñarme un ojo cuando menos me lo espero. Que quiero que nuestra lista de excusas ocupe hojas y hojas, porque no quiero dejar de verte.

Te diría que quiero hacer mil millones de cosas contigo, que quiero que hagamos locuras, y que el tiempo no sea importante. Que me encantaría que superásemos miedos juntos. Que quiero pasear por cualquier lado, que cantemos canciones. Quiero que sonrías y ser yo el motivo. Quiero perderme en tu olor, enredarme entre tus piernas y besarte bajo el agua de la ducha. Quiero hacerte el amor despacio.

Quiero tener mil recuerdos protagonizados por ti, aunque me de miedo que algún día sean solo eso, recuerdos. Y es que si soy tan borde, y tan rancia, es por miedo a dejar de serlo. Por miedo a que seas importante. Miedo a que llegue el día en que me preocupe no volver a besarte. Pero ¿sabes qué? Ya ha llegado ese día. Y estoy aquí, en medio del silencio y de la madrugada dedicándote letras. Y me da un miedo enorme. Y me haré daño. Pero me da igual. ¿Sabes por qué? 'Cause I'd rather feel pain that nothing at all

Si te interesa.

Te aviso con antelación, para que luego no te asustes. No venimos con manual de instrucciones, pero intentaré ayudarte por si decides quedarte por aquí más tiempo. Verás, soy más simple de lo que piensas, pero a la vez más complicada de lo que imaginas. Me gustan las cosas sencillas. No me gustan los dobles sentidos, a no ser que su finalidad sea rodar por una cama, envuelta en olores ajenos, y enredada en otros brazos, preferiblemente los tuyos. No me gusta preocuparme por las cosas, no entiendo el afán por pre-ocuparse, para luego volverse a ocupar. No me gusta que me digan lo que he de hacer, lo que debo sentir, o lo que tengo que pensar. Puedo amar algo con todas mis fuerzas, pero si me obligas a hacerlo, acabaré odiándolo. Aborrezco la palabra Adiós, porque me suena a definitivo. Y tampoco me gusta lo que implica la palabra Definitivo, porque las cosas y las personas, quieras o no, cambian. A mejor o a peor, pero cambian. Todo lo que vive cambia. Y si no cambia, es que está muerto. Es sencillo, ¿no crees? No me gusta etiquetar cosas, ni situaciones. Y tampoco me suele gustar generalizar, pues cada persona, y situación, es un mundo. Respecto a los problemas, aplico la frase: "Cuando un problema no tiene solución deja de ser un problema, para ser algo con lo que tienes que vivir." Mis problemas forman parte de mi, de mi mundo. No te preocupes por ellos, ellos no se preocupan de ti. No me gusta contar mis cosas, aunque te agradeceré que me escuches si algún día lo hago, porque será que ya no puedo callarme más. Pero no quiero que me des soluciones, que créeme que habré valorado mil y una vez las opciones que tenía. Solo te pediré que me escuches, que me abraces y me digas que todo va a ir bien. Soy cabezota, indecisa, inconformista, borde, rancia, y por lo general bastante sarcástica. Prefiero que me amputen una mano a decir algo agradable sobre alguien, así, sin más. Pero si eres capaz de aguantar, y tienes la paciencia necesaria, descubrirás que aquí dentro, hay más sentimiento del que te imaginas. Que detrás de todas estas hormonas alteradas, hay historias que no te dejarían dormir, y manos que te acariciarían la espalda hasta que consiguieses hacerlo.

martes, 9 de agosto de 2011

Sin pausas.

Escribo sin comas porque así es todo cuando pienso en el y la mente se me colapsa para dar paso a la confusión y acuden las palabras tímidas al principio pero raudamente al final a rendir homenaje a esos dos ojos azules cuya profundidad hace competencia a todos los océanos que cubres este planeta llamado azul y hacen que a su lado parezcan piscinas de esas que brotan en los jardines de las casas con niños pequeños en verano y me invitan a nadar en ese azul tímido pero sincero y besar cada una de las lágrimas que han caído por mi culpa hasta no poder mas y caer rendida en sus brazos que me sujetaran entre caricias sin fuerza para que pueda irme cuando lo necesite pero con firmeza para impedir que caiga en el abismo de mis dudas si me encuentro sin rumbo y me envuelven las sombras porque se que me iluminará hasta la noche más oscura con faros de sonrisas y como no sabe pintar dará forma con las cuerdas de su guitarra a millones de estrellas que destierran la oscuridad para siempre y yo por mi parte que solo se vivir entre líneas y leer en cualquier lado le regalaré mi vida en palabras escritas rápidamente a la espera de un autobús que me aleje un poco más de el y le pensaré día y noche al escuchar los acordes de las canciones que serán siempre suyas y de nadie más sin importar que bocas las canten y que yo tararearé sin darme cuenta pero sin hacer nada por evitarlo y sangraré palabras por las heridas que me causa cada beso no dado y cuando le vea le cobraré en caricias el alquiler de mi corazón pues lleva viviendo en el demasiados meses y tiene una deuda enorme que saldaremos los dos cuando nuestros odiados trescientos desaparezcan por fin y nos dejen querernos como solo nosotros sabemos pero la distancia nos impide y todo desaparecerá porque llegaré y le besaré y desembalaré cada palabra que me he callado estos años y que traen tanto sentimiento de relleno que me pesará y me partirá la espalda pero lo aguantaré por el al igual que el aguantará mi indecisión y mis manías y aguantará mis malos días y las dudas que me entren cuando no me mire y recuerde otras manos pero aguantaré y aguantará porque lo que nos une es más grande y más fuerte que todas las distancias que nos separan porque da igual lo enorme que sea el abismo que si estamos juntos lo saltaremos los dos y le dará miedo a veces y negará su nombre diciendo que es uno más y yo sonriendo le enseñaré cada palabra que escribí pensando solo en él y le besaré y le contaré otra vez todas las veces que he abrazado a mi almohada pensando que era él y sonreirá un poco menos preocupado y yo seguiré recorriendo cada centímetro de su espalda con los dedos mientras enumero cada día que le eché de menos a mi lado y cada abrazo que guardé en un cajón por no poder dárselo y se los daré todos de golpe para que vea que me importa y que no es solo una letra más como tanto le asusta pensar y me quedaré a su lado el tiempo que haga falta hasta que llegue el día en que se canse de mi poesía y vuele alto y lejos dejándonos a mi y a mis versos echándole de menos y queriéndole sin remedio una vez más.

martes, 12 de julio de 2011

Manzanos, cerezos, y otros seres.

Había una vez un niño que vivía en una casa con un precioso jardín. Había miles de árboles en ese jardín, pero él tenía uno predilecto. Se trataba de un hermoso manzano. Al niño le encantaba tumbarse horas y horas a su sombra.

Se aprendió de memoria el ciclo vital del árbol: cuando se le caían las hojas, cuando le volvían a crecer, cuando le salían las primeras flores, y cuando éstas se convertían en fruto. Siempre tenía un rato para sentarse debajo de aquel manzano. Se sentía seguro allí. Cuando algún problema amenazaba con hacerse demasiado fuerte en su interior, se lo contaba al manzano. Tenía la sensación que lo entendía. Le hizo mil fotografías. Lo pintó durante horas, recreándose en el verde de sus hojas, en la perfección de su tronco. Todo en aquel árbol le parecía hermoso. No podía estar un solo día sin pasar tiempo junto a él, sin sentarse bajo sus ramas, daba igual si llovía, nevaba o brillaba el sol. Fueron pasando así los años, mientras árbol y niño crecían.

Y no había día que el niño violara ese pacto no escrito de visitar a su árbol. Había aprendido a cuidarlo. Le podaba las ramas que no le dejaban crecer. Lo regaba cuando lo necesitaba. Mantenía alejadas a las plagas de él. Cuidaba de el con más mimo que el más entregado de los jardineros. Hasta que un día, al levantarse, corrió, como de costumbre, a verlo, pero al llegar, no lo encontró. Lo buscó por todo el jardín, por si se había confundido de sitio, aunque sabía de sobra que no. Encontró al jardinero que se ocupaba del jardín, y le preguntó por su árbol. El jardinero le dijo que habían tenido que arrancarlo de raíz a causa de alguna extraña enfermedad que el niño no entendió.

Lloró al ver que lo había perdido. Sintió la mayor de las impotencias, al ver que nada de lo que había echo había servido. Pensó en todos los momentos que había pasado con su árbol. Dejo de salir al jardín. Se encerró en su habitación, y cerró las persianas para no ver al resto de arboles, que con su sola presencia parecían burlarse de la ausencia de su árbol.

Pasaron los años, y cierto día, el niño volvió al jardín. Descubrió que en el lugar en el que antes estaba su árbol, alguien había plantado un cerezo. Se descubrió a si mismo admirando la belleza del cerezo. Empezó a bajar al jardín más a menudo, y se sentaba a la sombra que el pequeño cerezo daba, recordando la sombra que daba su manzano. Admiraba la belleza de sus flores, y la fragilidad con la que caían sus pétalos cuando el viento los arrancaba con la misma devoción con que antaño miraba el verde de las hojas de su árbol. Quiso cuidar de él, como antaño había cuidado del manzano. Busco al jardinero, y se lo hizo saber.

El jardinero le dijo:
-Este cerezo es importante para mi. Yo lo cuido, y él responde a mis cuidados. No quiero que seas tú quien lo cuide exclusivamente, pero si tanto significa para ti, te dejaré encargarte de él algunos días.
- ¡No es justo! - Replicó el niño. - Me gusta este cerezo, y quiero cuidarlo. No quiero ser un simple ayudante, o un sustituto.
- Vaya, es curioso que no quieras ser un sustituto.- Murmuró pensativo el jardinero.
- ¿Qué quiere decir eso?
- Oh, simplemente pensaba en como estás utilizando a este cerezo como forma de mantener vivo el recuerdo de tu manzano.

Y dicho esto, el jardinero se alejó

lunes, 11 de julio de 2011

Inspiración.

A veces se marcha, sin venir a cuento. Se marcha y me deja en bancarrota de palabras. Se va. Y la da igual que la eche de menos. No la importa. No vuelve aunque llore, aunque me vea vagar sin rumbo. Desaparece. A veces la comparo con una gata. Cariñosa y cercana a veces, pero tan distante e independiente otras. Supongo que ese es el sino de todos los que la deseamos. Tenerla cuando ella quiere, extrañarla cuando se va. Rendirnos a sus deseos, y ser esclavos de su capricho.
Estará en otros labios ahora. Lo sé. No puedo evitar sentir celos. Ella, en otros dedos, y yo, en la soledad, deseando que vuelva. Se que es inútil buscarla. Nadie nunca la ha encontrado si ella no quiere que lo hagan. Sé dónde puede estar, por supuesto. Ha seducido a muchos a lo largo de los siglos. A unos en el tiempo que dura un beso. A otros en una noche de luna llena. Ha aparecido en el ronco vaivén de las olas de un mar. En las lágrimas de un poeta. Ha estado siempre cerca de las risas más sinceras, de los dolores más duros.
Y aunque se que es inútil esperar a que regrese, lo hago. Porque se que no puedo vivir sin ella. Y la espero, sin miedo, porque se que tarde o temprano volverá. Porque sabe que la necesito. Y se que regresará y hará que me levante de la cama y sonría. Que volverá a llenar el vacío que dejó al marcharse. Que todo parecerá ir mejor si está conmigo, porque incluso los problemas serán bellos con ella.
Y sé que se irá después. Otra vez, sin avisar, como la amante infiel que es. Y sé que me quedaré aquí, esperándola, como el poeta enamorado de ella que probablemente fui.

viernes, 17 de junio de 2011

Llévame.

Ven a buscarme. Total, ya sabes dónde vivo. Ven y secuéstrame. Te lo pido. Llévame lejos. Muy lejos. Donde nadie pueda encontrarnos. Y quédate conmigo. Quedate conmigo y abrazame, dime que todo va a ir bien, que no tengo de que tener miedo. Por que no puedo más. Llévame lejos, dónde no me conozca nadie y pueda ser yo. Donde no tenga que fingir para encajar. Llévame lejos, donde no tenga que dar explicaciones a nadie, ni tenga que pedir perdón por cosas que deberían estar olvidadas. Llévame lejos de aquí, y cuéntame historias, cántame canciones de ACDC hasta que me duerma entre tus brazos. Cántame Promises, aunque no te guste Megadeth. Y no me dejes sola. Ayúdame a escapar de toda la falsedad, del malestar, de las incertezas. De mis miedos. Alejame de este mundo, que me quita la vida por momentos. Prométeme que nunca más voy a tener que hacerme la fuerte, que tú me vas a ayudar a serlo de verdad. Que vas a cuidar de mi. Y si lo haces, no me importará cuidar de ti. Porque ya me cansé de dar sin recibir siempre. Por que a veces me siento débil. Muy débil. Siento que voy a caerme con el primer golpe de viento. Pero sin embargo he de fingir ser fuerte. Por él. Por todos. Dime que ya no va a hacer falta que finja más. Dime que voy a encontrar la solución a todas las preguntas. Que voy a poder sonreir sin sentirme culpable. Valora mis esfuerzos, y te prometo que te regalaré una sonrisa cada día que despiertes a mi lado. Háblame, con esa voz pausada que escucharía durante horas. Ríete y consigue que me ría. Abrázame, cogeme la mano y vamos a andar, solos. Sin pensar. Sin rumbo. Vamos a ser libres, porfavor.

lunes, 30 de mayo de 2011

Sientes.

Hay días grises que parecen destinados al fracaso. Días en los que no sale el sol, y por las noches no hay estrellas. Días en los que, por más que lo intentas, no puedes dejar de darles vueltas a las cosas. Hasta que llega él. Y te abraza y quieres que ese abrazo no acabe nunca. Y te da la mano y te da igual hacia donde vayáis, que si estáis juntos, será perfecto. Quieres perderte en sus ojos verdes, en su sonrisa sincera. Quieres perder tus minutos y tus horas contado cada uno de los lunares de su cuerpo. Quieres naufragar en sus sábanas para que sea el quien te salve. Y notas que las preocupaciones siguen ahí, pero cada vez son menos importantes. Y te acaricia la mejilla. Y sientes que podrías parar el tiempo, y morirte viviendo en ese momento para siempre. Y le miras a los ojos otra vez y ya no encuentras motivos para no sonreír. Te dice que te quiere. Le abrazas, y le juras que tú más. Y es que a veces tienes la sensación de que te va a reventar el pecho, porque tanto sentimiento no es normal. Pero faltan las palabras adecuadas para expresarlo. A veces piensas que deberíais inventar otro idioma, porque este se os queda corto. Y te acuerdas de que estabas triste. Pero que más da, el mundo es menos gris si está a tu lado. Puede que siga siendo gris. Pero es el mismo gris de sus ojos cuando te miran sin que les dé el sol. El mismo gris que te quita el sueño, y a la vez te hace soñar. Y sonríes otra vez, porque te hace feliz. Porque si, puede haber mil cosas que no te gusten. Pero te gusta él por encima de todas. Y en momentos así, parece que no existe nada más. Se acerca a tus labios, notas su respiración. Recuerdas que estabas mal. Y piensas que te da igual si estas entre sus brazos. Que el mundo no puede ser tan malo si él esta a tu lado. Te besa. Y ahí acabas de morir de felicidad. Mientras sientes que algo explota dentro de ti, cierras los ojos y te abandonas.

martes, 24 de mayo de 2011

Soledad.

A su alrededor hay gente. Mucha gente. Y sin embargo Ella se siente sola. Es difícil de explicar lo que siente, la eterna búsqueda de esa mitad que no encuentra. La eterna (por desgracia) rutina de encontrar a alguien que parece serlo, que parece ser igual, pensar parecido, que parece entenderte. Tener miedo, ir despacito, por si pasa lo de siempre. Y al final pasa. Lo que parece perfecto acaba por desmoronarse. Un gesto, una palabra, una flaqueza. Algo que demuestra que en el fondo, sigue estando sola. Que nadie la entiende del todo. Y volverá a los días de teatro. A fingir que es normal y a intentar que no la duela no serlo. Y a fracasar en el intento. Y a llorar porque no encaja. Porque lo que otros consideran un don, para ella no lo es en absoluto. Y se cansa de abrir su corazón y de que nadie vea lo que hay. De que la gente no tome en serio lo que siente, porque no lo entiende. De sentir que este no es su mundo y no poder escapar. De cansarse de las voces, de las risas, del murmullo. De bailar al son de canciones que no son las suyas, de ocultar esa parte que quiere salir y no puede. Todo el mundo habla de ver las cosas un paso más allá. Ella lo hace. Y no la gusta. ¿De que sirve hacerlo si no tiene nadie con quien compartir lo que ve? Por eso la gusta callarse. Por eso prefiere escuchar. Para ver si tú también ves más allá de tu nariz. Y como últimamente no encuentra mucha gente, pues coge sus cosas y se va con su música a otra parte. Y le cuenta a las estrellas lo que sueña y se emborracha con el olor de la noche. Y cuando regresa ebria de poesía a su cama, cose un par de sueños rotos, y los cuelga en el techo, para que la cuiden. Para levantarse por la mañana y recordar que por muy despierta que este, debe seguir soñando. Que será un nuevo día, y que estará sola otra vez. Un día dejará de estarlo.
Pero mientras, sigue acostándose sola y llorando tinta.. hasta que se la seque el alma, y alguien la ofrezca un tintero.

lunes, 11 de abril de 2011

Tú.

Todos sabemos como acaba esto. Tú tal vez no. Pero yo sí. Porque no eres el primero ni serás, lamentablemente el último. Porque me conozco y sé que yo soy así. No soy animal de costumbres, aunque no podría vivir sin ellas. Pero me cansan. Me agobia levantarme cuando me dicen, y no cuando he dejado de tener sueño. No me gusta comer cuando no tengo hambre solo porque un reloj dice que es la hora. Soy caótica en todos y cada uno de los sentidos que puedas encontrarle a esa palabra. Nunca me gustaron las generalizaciones, porque no nos hacen justicia, ni a ti ni a mí. Tampoco me gustan las descripciones elogiosas. No soy perfecta. Ni muchísimo menos. Soy terriblemente cabezota, pero encontrarás en mí la compañera más fiel si logras mantener la emoción, y la motivación. Soy indecisa e insegura, pero te prometo que no dudaré en gritar por lo que creo, y que no dudaré en luchar si la causa merece la pena. Odio el orden en todas sus formas, y a la vez soy maniáticamente perfeccionista en algunas ocasiones. Puedo tirarme horas enteras delante de un papel imaginándome la película que los trazos de mi lápiz protagonizarían sobre él, y olvidarme del resto del mundo, que tras la puerta, grita y golpea la madera que me separa del mundo. Puedo quererte ahora, abrazarte y jurarte que eres mi vida, (y créeme que si lo digo será verdad), y mañana preferir verte de lejos, y evaluar la situación con calma. Seguir queriéndote, eso siempre, pero desde lejos, viendo las cosas con otra perspectiva. Puedo estar apagada hoy y que mañana sea el mejor día de mi vida. Y es que como dijo alguien a quien quiero, tardo 20 jodidos segundos en cambiar de estado de ánimo. Aunque suene tonto, puedo comerme una tableta de chocolate ahora, y aborrecerlo y sentir nauseas con sólo verlo mañana. Odio que mi corazón se anticipe a mi razón, y sin embargo amo dejarme llevar por mis impulsos, aunque luego me traigan de cabeza y me compliquen (aún más) esta mierda de vida que en el fondo adoro vivir. Y es que yo soy de esas que prefieren romper las cosas antes de que caigan por su propio peso, porque, no sé si lo entenderás, pero me cuesta menos recoger los añicos de mis destrozos, que recoger los de mi corazón cuando otros lo destrozan. Y si, tienes razón, a veces soy yo quien, movida por mi afán de destrucción, acabo con los demás. Pero hazme caso si te digo que me rompería mil veces la espalda antes que ver sufrir a la gente que quiero. Que por cada lágrima que vaya a llorar esa persona, yo me habré desangrado mil veces.

Pero se como soy. Sé que soy y genero caos. Allá dónde vaya. Y si te vienes, tendrá que ser con mis reglas. Con mis consecuencias. Esto puede salir bien, de momento, aún no es tarde. Sé que depende de mí. Pero también depende de ti. De si serás o no capaz de aceptarme tal cual soy. De si lograrás entender que si te digo que no me pasa nada, y los dos sabemos que miento, es porque no encuentro las palabras para explicarte que necesito mi espacio, pero eso no significa ni mucho menos que no quiero tenerte ahí. Sí, yo aceptaré tus reglas. Te regalaré caricias cuando las pidas, y sonrisas cuando no lo hagas. Te diré que te quiero cada vez que lo sienta dentro del pecho. Porque soy poco amiga de las frases vacías. Y porque cuando quiero, me dejo la piel en ello. Ya me da igual si sale bien o no, no ganaré si no arriesgo, y lo sé, lo he aprendido. Y espero aprender mil cosas más a tu lado. Y si me sigues el ritmo, llegaremos hasta lugares en los que nadie estuvo nunca. Aunque tal vez sea yo la que no aguante tu ritmo y me pare. Sea como sea, solo el tiempo lo dirá.

Y mientras pasa, para dejar que lo haga a su ritmo, me perderé otra vez en esos ojos azules, naranjas y verdes que me enamoraron, y lo siguen haciendo.

domingo, 10 de abril de 2011

Recuerdos

El otro día encontré una foto tuya.

Frágil, arrugada. Apoyada en el bastón como solías. Y mirando a la cámara con esa mirada llena de sabiduría. Esa mirada en la que se podía leer lo perra que la vida había sido contigo. Pero sonreías.

¿Sabes? Ella era pequeña. Pero recuerda aquellas tardes, en casa de tu hija, cuando merendabais todas en el salón y tú lass dabas flan. O yogur. O lo que fuera.

Recuerdo cuando hablabas y nadie te escuchaba.

Recuerdo el día en que todo cambió. Cuando mamá la dijo que estabas en el hospital. Y lloró. Lloró porque tú nunca habías estado mala. Porque no lo entendía.

Fueron meses malos. Tú cambiabas de habitación, de médico, de hospital. Pero el diagnóstico era el mismo. Nadie daba nada por tu vida.

Y al final, te mandaron a casa. Ya no podían hacer nada más por ti. La niña recuerda a aquellos hombres entrando semanalmente en casa para dejar esas bombonas de oxígeno que te mantenían con vida. Te recuerda en la cama, acostada, sin saber qué día era. Despertar y pensar que era hoy. Volver a dormir, y al despertar creer que era mañana. Y solo pasaban dos horas.

Recuerda cómo se la partía el corazón cuando llorando decías que querías irte. Que eras una carga. Que allá te esperaban tu marido, tus amigos. Que ya no querías seguir así. Día tras día en una silla de ruedas. De la cama al sofá del sofá a la cama. Viviendo en una rutina de la que querías escapar.

Ver como tu hija envejecía dos años cada día nos hacía daño a todos, a ti la primera. Ver que tenía que cuidar de ti. Tú no querías eso. Siempre fuiste una mujer independiente. Fuerte. Incluso a esa niña pequeña la impresionaba verte ahora recostada y frágil.

Hasta que una noche, sonó el teléfono a las cuatro de la mañana, y la niña se despertó. No se atrevió a moverse, pero escuchó atenta como su madre se levantaba hacia el teléfono. Como su padre acudía a su lado. Escucho la conversación. Tensa al principio para acabar dando paso a los sollozos, que a su vez, se convirtieron en lágrimas protagonistas de un llanto desesperado. Y mientras, la niña, en su cuarto, lloraba también, porque sabía lo que quería decir esa llamada. Intentaba hacerlo en silencio, pero no pudo. Se abrió la puerta y su padre cogiéndola las manos, la contó que te habías ido a un sitio en el que ibas a estar mucho mejor. La niña lloró más aún. ¿Cómo ibas a estar mejor lejos de los que te querían? Decidió que no podía cree en un Dios que permitiera eso.

Pasaron los meses, la tristeza dio paso a la añoranza. Pero los sueños de la niña seguían estando poblados por tu cara. Te veía en cada mesa, sentada con todos. Te olía en la cama en la que solías dormir. Te extrañaba en cada silencio. Echaba de menos tus consejos, y las historias de antes de dormir. Te seguía queriendo.

Y hoy, nueve años más tarde, la misma niña te echa de menos, y aún llora.

Y te quiere.

Te quiero